El negocio del sol

Fin de la era del subsidio
Durante dos décadas, la política energética argentina se sostuvo sobre una premisa: la energía barata como herramienta de contención social. Sin embargo, esa ecuación se volvió insostenible. Los subsidios, que alguna vez representaron más del 2% del PBI, distorsionaron el mercado, frenaron la inversión privada y alentaron el derroche.
Hoy, con el retiro progresivo del apoyo estatal y la recomposición tarifaria, el costo real de la energía empieza a verse. Paradójicamente, este escenario de ajuste abre una oportunidad: la de convertir la crisis energética en un punto de inflexión hacia un modelo más racional, eficiente y sustentable.
El negocio verde
Mientras las tarifas suben, el costo de generar energía limpia cae en picada. En menos de una década, el precio de los paneles solares se redujo un 80%, y los parques eólicos alcanzaron niveles de competitividad impensados.
Empresas nacionales e internacionales están redirigiendo capital hacia el sector, atraídas por un horizonte donde la rentabilidad no depende del subsidio sino de la eficiencia. Programas como RenMDI (para industrias) y Prosumidores(para usuarios residenciales) ganan fuerza, y provincias como San Juan, La Rioja o Jujuy ya se posicionan como polos solares de escala nacional.
En paralelo, surgen cooperativas energéticas y pymes que apuestan por la autogeneración. Lo que antes era un gasto, hoy se percibe como una inversión a mediano plazo: instalar un sistema fotovoltaico puede amortizarse en menos de cinco años.
“Cuando la energía deja de ser un gasto político y se convierte en un valor productivo, la transición se acelera por sí sola.”
El consumidor que produce
El nuevo paradigma no distingue entre grandes compañías y usuarios particulares. Cientos de familias y pequeños comercios están comenzando a generar su propia energía, reduciendo su dependencia del sistema tradicional.
El concepto de prosumidor (productor y consumidor a la vez) empieza a tomar fuerza en el norte y centro del país.

En Tucumán, Córdoba y Mendoza, se multiplican los techos solares y las experiencias de barrios que comparten excedentes energéticos. En zonas rurales, la energía renovable no solo significa ahorro, sino autonomía: escuelas, postas sanitarias y emprendimientos agrícolas que funcionan sin depender del tendido eléctrico.
Lo que alguna vez fue una utopía verde, hoy se traduce en cálculos concretos de ahorro y sustentabilidad.
Un horizonte de oportunidad
La transición energética ya no es un eslogan ambientalista, sino un movimiento económico con peso propio. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, Argentina podría duplicar su capacidad instalada renovable hacia 2030 si mantiene la actual tendencia de inversión. Eso implicaría más empleo verde, más innovación tecnológica y, sobre todo, mayor independencia energética.
El desafío no está solo en generar, sino en distribuir: ampliar redes, modernizar sistemas y asegurar que cada usuario pueda ser parte del cambio. El país tiene el sol, el viento y la tecnología; lo que falta es decisión estratégica para articular lo público y lo privado.
El fin de los subsidios no es el fin del acceso a la energía, sino el principio de un nuevo equilibrio. Donde antes había dependencia, ahora puede haber libertad. Donde había déficit, puede haber innovación. Argentina tiene la oportunidad —y la obligación— de transformar su mapa energético en una historia de soberanía y sostenibilidad.