
El secretario general de UTA nacional, Roberto Fernández, afirmó en Tucumán que “el transporte está perdiendo” pasajeros y fuentes de trabajo. Y tiene razón. Pero lo que no dijo —aunque quedó flotando— es que también está perdiendo legitimidad un modelo que se sostuvo durante décadas a fuerza de subsidios, parches y negociaciones que siempre terminaban beneficiando a los mismos.
Mientras en el país avanza una lógica libertaria que propone subsidiar a la demanda y no a las empresas, Tucumán sigue aferrado a un esquema agotado: el contribuyente paga, el usuario espera, y el empresario pide. En ese marco, Fernández puso el foco en la caída del 15% de pasajeros en Buenos Aires y en el fenómeno —mucho más profundo en Tucumán— del crecimiento de motos, autos y aplicaciones. La gente se baja del colectivo no por ideología, sino por hartazgo. Frente a un servicio impredecible, caro y siempre al borde del paro, cada ciudadano se vuelve emprendedor de su propia movilidad. El verdadero mercado empezó a hablar, y no necesita asambleas gremiales para votar.
Un sistema que se quedó sin excusas
Tucumán es un laboratorio perfecto del modelo que ya no funciona. Año tras año, el Estado provincial rescata al transporte mientras los empresarios juran que “esta vez sí” mejorarán el servicio. Pero los números no cambian: colectivos viejos, frecuencias erráticas y usuarios que sienten que el sistema es un privilegio… para los de siempre. En el nuevo paradigma nacional —gustará o no— los subsidios empiezan a migrar hacia el pasajero. Y eso implica algo simple: el Estado dejará de sostener empresas zombies. En Tucumán, eso suena a herejía. Aquí el subsidio dejó de ser herramienta de política pública y se transformó en respirador artificial permanente.
La visita de Fernández dejó una postal irónica: el gremio advierte la caída del sistema, pero defiende un esquema que ya no se puede financiar. La verdadera discusión no es cuánto se subsidia, sino a quién. Y sobre todo, por qué. Si el usuario es el que necesita asistencia, ¿qué rol real cumplen empresarios que viven del Estado pero no del pasajero?
La revolución del sentido común
La Argentina que viene —más libremercadista, más orientada al usuario y menos paternalista— obligará a las provincias a revisar sus modelos de transporte. En Tucumán, eso significa algo concreto: se terminó la era de los “empresarios berreta” que solo saben encender la máquina de pedir. Si no pueden competir, innovar ni sostener un servicio sin subsidios eternos, deberán dejar lugar a quienes sí puedan hacerlo.
El modelo actual se derrumba por su propia ineficiencia. La gente se baja del colectivo, sube a su moto, maneja su Uber, toma decisiones y mueve su economía sin pedir permiso. El mercado —ese viejo villano del relato— demuestra que la peor combustión del transporte tucumano no es el gasoil: es la falta de competencia.
La ironía final es inevitable. UTA dice que “el transporte está perdiendo”. Tal vez el transporte no esté perdiendo: tal vez, por fin, la sociedad esté ganando. Una ciudadanía que exige cambiar subsidios por eficiencia, privilegios por competencia y promesas por resultados.
Lo que está perdiendo es el modelo. Y quizás, por primera vez en décadas, eso sea una buena noticia.




