María Elena Bergoglio nunca volvió a ver a su hermano mayor Jorge Mario desde que él se convirtió en el papa Francisco en 2013
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Una conexión profunda, a pesar de la distancia
A pesar de la distancia geográfica, los hermanos mantenían contacto frecuente. «Hablamos una vez por semana, nos escribimos cartas… hasta hace poco él cocinaba cuando nos veíamos. Le encantaban sus calamares rellenos y el risotto de hongos que aprendió de nuestra abuela italiana», contó María Elena en una entrevista con La Nación, allá por 2013.
Pero con el paso del tiempo, su salud se debilitó. Separada, con dos hijos, deteriorada físicamente y bajo cuidado de monjas en una institución religiosa en las afueras de Buenos Aires, los médicos le desaconsejaron a Elena viajar al Vaticano. Las emociones podían jugarle una mala pasada. Así, aquel abrazo quedó postergado, una y otra vez.
Durante una audiencia con el sindicalista Rodolfo Aguiar, ya en sus últimos días, Francisco mencionó con tristeza cómo su hermana padecía el brutal aumento del costo de vida en Argentina: «Sus medicamentos se triplicaron», dijo. Incluso en su rol de líder mundial, Jorge no se despegó nunca de su raíz ni de su familia.
María Elena Bergoglio nunca volvió a ver a su hermano mayor Jorge Mario desde que él se convirtió en el papa Francisco en 2013
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Un gesto artístico que cruzó fronteras
A pesar de los años sin verse, hubo un momento muy especial que logró unirlos simbólicamente. En 2019, el artista Gustavo Massó, amigo del Papa, le entregó una escultura con la forma de una mano femenina y un mensaje grabado que conmovió profundamente a Francisco. La escultura era la mano de María Elena, y el mensaje decía:
«Mirá que me gustaría estar con vos y abrazarte. Creeme que estamos abrazados. A pesar de las distancias estamos muy abrazados», declaró.
Según Massó, el Papa no pudo contener la emoción. Acarició esa escultura como si pudiera tocarla a ella, su hermana, su familia, su tierra. Esa mano permaneció hasta el final sobre su escritorio en el Vaticano. Fue el abrazo que nunca ocurrió en persona, pero que sí se dio en el corazón.
El artista Gustavo Massó, amigo del papa Francisco, le entregó una escultura con la forma de una mano: era la de su hermana Elena Bergoglio